La mejora en la evolución de los precios se concentra en el rubro alimentos, en particular la carne. Sin embargo, las expectativas de inflación para el 2023 se ven poco influidas por este dato
El jueves pasado, el INDEC dio a conocer su estimación de la variación del Índice de Precios al Consumidor del mes de noviembre.
Dicha variación fue del 4,9% alrededor de 1% inferior a la estimación correspondiente al Índice de Precios que elabora el Instituto de Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires, y a las que realizan consultoras privadas.
No existen razones para creer, por el momento, que ha vuelto a invadir al INDEC el “espíritu Moreno”, de manera que las explicaciones de la diferencia entre la medición nacional y el resto de las estimaciones habrá que buscarla en otro lado.
Es cierto que en alta inflación la dispersión de la variación de los precios es muy amplia, entre tipo de establecimientos, regiones del país, y hasta barrios. Y dado que la muestra del INDEC abarca muchos más puntos de venta, en todas las dimensiones, que las que capta el índice de la Ciudad de Buenos Aires y las consultoras privadas, y que estas últimas, en algunos casos, utilizan indicadores captados on line, no necesariamente los datos, en particular en un solo mes, tienen que coincidir.
Pero no es menos cierto que la Argentina transita este régimen de alta inflación desde hace meses, y que las metodologías de cálculo no han variado, de manera que no debería ser ésta la explicación predominante.
Explorando un poco hacia dentro del índice, se observa que más allá de las diferencias que se registran en varios subíndices, la más destacada, por la importancia del rubro, es el de alimentos y bebidas no alcohólicas.
En efecto, este es el segmento que presenta menos aumento de todos los que componen el índice oficial durante noviembre.
Contrariamente a lo que se pueda argumentar, la influencia principal en el menor crecimiento de los precios de los alimentos, se relaciona muy poco con los acuerdos de precios y mucho más con la evolución del precio de la carne vacuna, en dónde ha aumentado fuertemente la oferta debido a la sequía y a la consecuente necesidad de los productores de enviar el ganado a la faena por falta de pastura para engordarlos más.
Y se relaciona también con la baja estacional de algunas verduras.
Es probable que el mix de establecimientos en dónde capta precios el INDEC incorpore aquéllos con precios relativamente más bajos que los que recorren los encuestadores de CABA o privados.
A esta situación particular de los alimentos hay que sumarle la estacionalidad habitual del mes de noviembre en otros rubros que hace que, sistemáticamente, dicho mes presente una tasa de inflación algo menor.
Aceptemos, entonces, provisoriamente, que los datos oficiales son correctos, y que el grueso de la mejora en la evolución de los precios se concentra en el rubro alimentos en general y carne en particular.
En este caso, estamos ante una muy buena noticia, porque son los sectores de menores ingresos los más intensivos en consumo de alimentos en su canasta de bienes y servicios, de manera que la “rebaja” en el impuesto inflacionario actúa más que proporcionalmente sobre la pobreza y la indigencia, en un momento, además, en dónde se anuncian leves mejoras nominales en los ingresos de estos sectores a través de bonos varios.
Es probable que la tranquilidad en el mercado de la carne dure unos meses más, en la medida en que la sequía persista, y también es probable que algún efecto tengan, en los próximos meses, los acuerdos de precios firmados, de manera que esta reducción del impuesto inflacionario para los sectores de menores recursos podría extenderse por un tiempito.
Pasemos ahora a la mala noticia.
Como le vengo comentando desde hace meses, la inflación macroeconómica de la Argentina está cerca del 90%-100% anual, cuando se toma en cuenta y se proyecta la expansión monetaria derivada de la emisión para financiar indirectamente el déficit fiscal, para pagar los intereses de las leliqs, para comprar dólares (agravada en diciembre por el dólar soja), y para comprar la porción de deuda interna que no se puede colocar en el mercado.
Por lo tanto, la realidad fundamental del desequilibrio monetario sigue presionando sobre los precios “libres” y más temprano que tarde sobre el resto de los precios.
Pero, además, cuando se considera a la inflación como un impuesto, la reducción de este impuesto afecta el tamaño real del déficit fiscal, puesto que “infla” menos la recaudación nominal de los impuestos atados a los precios, IVA, cheque, Ingresos Brutos -ya afectados por la incipiente caída en el nivel de actividad- y “licúa” menos el gasto, en particular el gasto en jubilaciones y pensiones que se ajustan en base a la inflación pasada, más alta que la más baja esperada en estos meses. Dicho sea de paso, también los jubilados de la mínima, intensivos en consumo de alimentos y medicamentos tendrán una leve mejora real de corto plazo.
Paradójicamente, una baja de la tasa de inflación, si no se ajusta el gasto genuinamente, empeora las cuentas públicas.
Finalmente, una mirada al balance del Banco Central.
Como saben, en el activo están los dólares que se convierten a pesos al tipo de cambio oficial, por lo tanto, el activo se incrementa al ritmo de la devaluación del dólar oficial. En el pasivo, figura la base monetaria que también se licúa contra la devaluación, y la deuda remunerada, las tristemente célebres leliqs, cuyo monto crece por la necesidad de absorber los pesos que se emiten y por la tasa de interés que se paga.
Dicha tasa de interés fue más o menos neutra en los últimos meses, pero, dado que el Banco Central no cambió su tasa de política monetaria en la reunión de su Directorio de la semana, ahora esa tasa quedó positiva contra la inflación y, probablemente, también contra la devaluación, si se intenta acompañar la política de acuerdos sectoriales, con menor presión del tipo de cambio.
En otras palabras, así como la baja de la tasa de inflación empeora las cuentas fiscales, obligando, al final del día a mayor emisión. También la combinación tasa de devaluación en el activo, y tasa de interés positiva en el pasivo, empeora el déficit en cabeza del Banco Central, si es que la tasa de interés efectivamente supera a la tasa de devaluación.
Por todas estas cuestiones, sumadas al contexto prelectoral, las expectativas de inflación para el 2023, se ven poco influidas por esta baja registrada en el mes de noviembre.
Por otra parte, sequía mediante, tampoco se han disipado las expectativas de un salto devaluatorio, que influye a su vez en las expectativas de inflación.
Recordando aquellos viejos chistes de buenas y malas noticias, el Gobierno podría parafrasearlos indicando que la buena noticia es que por un rato tendremos asado barato, y la mala noticia es que, por todo lo comentado, será sólo por un rato.
Fuente: Infobae, 20 de Diciembre 2022
En noviembre bajó el impuesto inflacionario: ¿buena o mala noticia? – Infobae